Una figura muy particular: no le bastaban los brazos hacia atrás (con los puños cerrados y los pulgares erguidos) para sacar pecho, ayudaba a esto una ligera inclinación lateral que le desplazaba el saco (los usaba grandes) dejando el hombro casi descubierto. Zapatos de suela alta, volada .... y de goma, que le permitía desplazarse sigilosamente.
Cómo nos vigilaba en los exámenes!
Avanzaba en un sentido y de pronto se daba vuelta rapidísimo, una vista general y pobre de aquel que lo estuviese mirando, era casi seguro que tenía su “comprimido” , así es que iba y lo chequeaba hasta que ... zas!!! se lo sacaba.
Yo que -para variar- no sabía inglés (ver “TO BE ....OR NOT TO BE”), sufría con el chato por que no había forma de copiarle. Hasta que llegó el día en que me armé de valor y le dije a la mona Ramírez: lo voy a fundir a este profe que no nos deja ni respirar, -era justamente en un examen bimestral-. Entonces, en lugar de comprimido escribí directamente en la palma de la mano y entré al salón; Manuel me miraba inquieto; empezó el examen y yo puse mi mano sobre la carpeta con el puño cerrado, pero con la mayor naturalidad. De pronto, dió una de esas vueltas rápidas y me clavó los ojos encima,
3 comentarios:
Buena Migue, no recordaba que el chato Estrada fuera tan jota jota, lo que si me acuerdo era que como casi siempre llegaba tarde, nos encontraba en la canchita del Frontón.
Eso, cuando estábamos en 4to de media, nosotros de "Letras" estábamos en un salón bien arriba en el edificio y esperábamos como 15 minutos cuando teníamos clase con el Chato Estrada. Si no aparecía pedíamos permiso al Hno Agustín para ir a la cancha del Frontón. Varias veces hice yo la gestión. Agustín siempre aceptó, seguro pensando que en el frontón no se sentiría el chongo que haríamos sin profe. Tremendas pichangazas en el frontón.
la otra cosa es que faltó la chapa de Estrada en la recopilación de Oleg: era "Cocharcas", porque siempre caminaba con el brazo derecho lleno de cuadernos y como inclinado hacia la derecha, igual que los ómnibus Cocharcas-José Leal
que buena anécdota!
soy de la generación de sus hijos, pero los buenos recuerdos no tienen edad. Saludos
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