domingo, 21 de septiembre de 2008

Exploradores

Cursábamos algún año de la primaria, no recuerdo cual con exactitud, cuando formamos un reducido grupo (4 o 5 a lo sumo) quienes encontramos una distinta forma de diversión, con atisbos de temeraria, que consistía en la exploración de los más recónditos lugares del colegio eludiendo -siempre fué con éxito- ser descubiertos por los "curas". El ámbito preferido, que fué un objetivo repetido, era el salón de actos. Sus puertas de acceso nunca o casi nunca estaban cerradas con llave y por lo menos una de ellas -creo que eran 3 o 4 en total- quedaba como preparada para nuestra planificada incursión luego de haber transitado con suma cautela todo el recorrido previo, escaleras de por medio.

La cita era muy temprano por la mañana. Recuerdo que salía de casa cuando aún no aclaraba completamente el día
Teníamos registrados los horarios peligrosos para nuestra misión: a las 6:30 am desfilaban encolumnados los curas por el pasillo del 4° piso hacia la capilla que si mal no recuerdo estaba en el 3°. Pasados unos 20 minutos se los veía marchar nuevamente, con menos orden, hacia el refectorio emplazado sobre las aulas de transición y primer año,  compartiendo la edificación con la tribuna de la zona deportiva.

Una vez dentro del salón de actos se nos abría un mundo de recovecos, mayormente en el sector del escenario: los vestuarios con todas los atuendos utilizados en las representaciones teatrales, el habitáculo del apuntador, el taller y depósito de accesorios escenográficos, etc. pero lo que más nos atraía -aquí la parte temeraria que antes mencioné- era la tramoya (sobre el escenario) donde accedíamos por unas escaleras de gato hasta unos 4 0 5 mts. de altura llegando al puente desde donde se operaban manualmente con cuerdas y poleas los elementos escenográficos y desde donde también se hacía el mantenimiento del sistema de iluminación.

Había aún más. Seguir trepando por aquellas altísimas, peligrosas e interminables escaleras de gato era poder llegar a unas ventanas de la fachada, en la ochava de la esquina de la Av. Arica y Jorge Chávez que, más que ventanas eran unos nichos hacia el exterior en uno de los cuales estaba nada más ni nada menos que San Juan Bautista de La Salle dándonos la espalda como para desentenderse del asunto y evitar complicidades.
Se acercaba la hora de las tres campanadas para la formación en el patio y los exploradores subrepticiamente abandonábamos el mundo de la aventura para integrarnos a la formalidad cotidiana pero en nuestras mentes comenzaba ya a forjarse la idea del siguiente episodio.

Los más de 50 años transcurridos justifican que mi memoria no me permita recordar quienes fueron los que conmigo integraron este clan.
Les pido que se identifiquen y aporten algún detalle que ilustre más esta anécdota.

2 comentarios:

Pedro Guerra P. dijo...

Este vivo pide que se identifiquen, pero no se identifica él.
¿quién lo escribió?

PochoM dijo...

Buena tu observación Peter. Soy yo quien lo escribió. Al editar las generalidades del blog no quise que se noten como personales por eso el editor figura como "La XXXI". Luego al escribir las dos entradas siguientes olvidé cambiar el nombre del usuario para identificarme.